LAS NIEVES DEL
KILIMANJARO
DE
ROBERT GUÉDIGUIAN
I´m speachless. Conmocionada. No, conmovida.
Impresionada. Perturbada por la exquisitez de
“Las nieves del Kilimanjaro” del artista
Robert Guédiguian. Embargada por la emoción que me impide, aún, escribir
con fluidez esta crónica. Qué delicia! Qué capacidad para emocionar la de
Guédiguian!. He llorado en el cine como
hacía siglos que no me pasaba, sin que las hormonas tengan nada que ver. Casi
desde el primer plano. Desde el inicio hasta el fin. Me ha pillado por
sorpresa, desprevenida, a traición, este film extraordinario. Inesperadamente
me he dejado seducir por la película, desde el primer minuto, por los
personajes maravillosos de la pareja de protagonistas tan espléndidamente
interpretados por Ariane Ascaride y por Jean-Pierre Darroussin, por la
universal y vigente historia inspirada en el poema “Les pauvres gens” de Victor Hugo, tan acertadamente
situada en la Marsella
actual.
Y yo esperaba sólo encontrarme con una película de cine
político (según palabras de Boyero) de primera clase, del hecho con
sensibilidad y con corazón. Según su relato la película le evocaba al mejor Ken
Loach, o al más brillante Gianni Amelio, o a la más cercana “Los lunes al
sol”. Yo encuentro muchos paralelismos
con la reciente “El Havre” de
Kaurismaki. Muchas similitudes: en la elección de los escenarios: El Havre y
Marsella, francesas ciudades
costeras, difíciles de habitar. En la
elección de la luz: ambas presididas por la constante presencia del sol, como símbolo de optimismo.
En ambas el mar, en la primera representando la esperanza de un mundo mejor, de
un futuro mejor en la otra orilla; en ésta simbolizando la felicidad del
disfrute de las cosas sencillas, como el goce de un día soleado de playa
compartido con niños. En las dos cintas la elección de un devastador tema cotidiano: en aquella la
masacre de la emigración, en ésta
la del paro. Hasta en la elección de los
actores hay hermandad, ya que el espléndido Jean Pierre Darroussin participa en
ambas cintas. La expresión de la
camaradería en los barrios obreros, el cumplimiento de rituales ancestrales,
manifestada por las confidencias que el protagonista de la primera hace a la
tabernera del barrio, cuando al final de cada jornada se acerca a tomar un vino
blanco y a departir amigablemente. Y en ésta, cuando Marie Claire, se sienta a
tomar una bebida en una terraza frente al mar, mientras se deja aconsejar por
el camarero que adivina los deseos de sus clientes, o les sugiere bebidas en
función del estado de ánimo. Y en las dos, finalmente, el optimismo, el triunfo
de la solidaridad, del compromiso, de la bondad sobre la indiferencia, el
individualismo, o el egoísmo tan cotidianos. Un soplo de positivismo en las
tan necesitadas realidad y cartelera.
Así que no, nada de etiquetas, ni de
calificativos restrictivos. Ni es cine político, ni realismo social, ni
nada excluyente. Es mucho más que eso:
es simple y llanamente cine del bueno. Clasificarlo es no hacerle justicia. Es
cine, que asombra, fascinante. Es cine de primera. Es CINE con mayúsculas.
Majestuoso. Cine necesario.
Con una historia eterna, universal, pero plenamente vigente;
con unos personajes auténticos, sencillos, con vidas sencillas, en barrios
sencillos. Personajes cotidianos pero épicos por su valentía y su conciencia de
pertenencia a un mundo donde la solidaridad es el fundamento de sus vidas.
Personajes íntegros, honestos, desprendidos, generosos, incapaces de comprender la indiferencia
ajena, que construyen un entorno a su alrededor de paz y armonía que les
protege del horror de las desgracias a las que se enfrentan. Mundo contrapuesto
a aquel de individuos egoístas,
ensimismados en sus insignificantes miserias personales, incapaces de dar sin
contrapartida, mundo que representan las
nuevas generaciones de formas diferentes (los hijos de la pareja
protagonista, los rateros con los que se tropiezan…). Personajes
ingenuos, quizá, pero que saben construir su felicidad, en base a su compromiso
con los otros, con los más desprotegidos. Personas que actúan, que no miran
para otro lado, que no se quedan indiferentes. Que no se refugian en la culpabilidad del extraño
para justificarse. Que saben reponerse a las adversidades con generosidad.
Auténticos héroes cotidianos.
Con una naturalidad poco común, construye Guédiguian una película sublime. Aún me
cuesta encontrar las palabras. Recreándome en la película se me agolpan, nuevamente, las lágrimas en los
ojos, y se me hace un nudo en la garganta. Los adjetivos se me quedan cortos. Los epítetos me resultan insuficientes. Las exclamaciones,
huecas. Me embriaga la emoción con su sola evocación. Y la remembranza de estas
sugerentes sensaciones me empuja ya al cine nuevamente, con impaciencia.
Gracias de nuevo, Boyero, por descubrírmela.
Alicia dixit