NIGHTCRAWLER
DE
DAN
GILROY
La industria del periodismo
se sostiene sobre un halo de pureza que lo aleja de las miserias de la lucha
por la vida. Este oficio, en su ejercicio, no parece afectado por las reglas
del mercado y sus profesionales nos recuerdan permanentemente su independencia
situándose por encima del común de los mortales. Cuál es la realidad, pues que
la rentabilidad está presente en su supervivencia y para conseguirla necesitan
alimentar las más bajas pasiones de la audiencia. Numerosos ejemplos tenemos en
las televisiones nacionales. Esto, lejos de ser una coyuntura es ya una
realidad estructural que marca a numerosos medios de comunicación. Así, asistimos
a la paulatina transformación de los medios de comunicación. Desde un
periodismo tal y como hemos conocido e identificado como el cuarto poder, a
unos medios cada día más deudores de las audiencias.
Aquella frase que cimentada
las relaciones entre Margaret Thatcher y Ronald Regan: “las sociedades no
existen, solo hay individuos viviendo juntos”, ha penetrado en los
comportamientos humanos de forma global y en particular en la agrupación de
personas que hacen funcionar las
empresas. Es aquí, en estas organizaciones, donde se valora más el éxito
individual que el trabajo colectivo. Al identificarse el triunfo con la
iniciativa y la acción individual, se da rienda suelta al todo vale, se
destrozan las normas sobre las que se asientan las colectividades y pasa a
segundo plano la capacidad y la formación como base para la meritocracia.
Pues bien, Nightcrawler es
una descripción, más que perfecta, de todo lo anterior. Es un magistral
thriller que huye de los típicos registros de este estilo. Aquí no hay un
criminal en sentido estricto, aquí hay un forajido del todo vale con tal de
conseguir el éxito profesional. El film consigue despertar la emoción, la
tensión y el suspense a partir de un personaje que descubre que una forma de
abandonar el paro y la marginalidad, es haciéndose reportero del morbo. Para conseguir
este propósito no duda en situarse, permanentemente, justo en la orilla de lo
legal y absolutamente dentro de lo inmoral. Adorna sus justificaciones con ese
lenguaje vacío con el que se identifica a los gestores formados en esas
extrañas instituciones que son las modernas escuelas de negocios. Un lenguaje
que sirve para todo, incluso para disculpar el comportamiento más repulsivo.
Lo realmente dramático es que
esta conducta es útil desde el punto de vista de la obtención de beneficios de
las empresas, lo que es tanto como decir que las dinámicas con las que nos
ilustra el director de la película no sólo no tienen visos de acabarse sino que
seguirán avanzando engarzados en un círculo donde la deshonestidad será, sin
lugar a dudas, el comportamiento más apreciado por los gestores y accionistas
de las empresas. Sin que, por el momento, se vislumbre ningún fin a esta
espiral.
Si el guion, la narración y
el trabajo del director son magníficos, la interpretación de Jake Gyllenhaal lo
supera en varios grados. Una película fantástica en todos los aspectos que
explica hasta qué grado de encanallamiento se pueden situar las personas en la
búsqueda del éxito.
Germán.