AMOUR
DE
MICHAEL HANEKE
Ayer tocaba cine, y no
estaba fácil la elección. Me apetecía algo amable y los últimos estrenos no ofrecían nada en esa línea. No veré la última
de Kathryn Bigelow, ya le den todos los premios del mundo. No vi la anterior y
no veré la próxima si insiste con la temática. Hace tiempo que he renunciado a
ver cine bélico, y más si se recrean contiendas tan próximas como las de Iraq o
Afganistán. Me resulta cada vez más difícil sustraerme de la realidad que nos
ponen delante de las narices y me cuesta aceptar que lo que estoy viendo es, en
todo caso, pura y simple ficción. Por su parte Lincoln no me da buena espina. Y
ello por varias razones: no me interesa el cine histórico de ninguna clase y
siento una creciente desconfianza por el de Spielberg. Sólo me basta recordar su último
film, entre costumbrista y bélico o
épico y lacrimógeno. No me interesó nada, la verdad. De manera que no me
seducía tampoco esta opción. Pero finalmente, decidimos ir a verla, por lo que
fue un alivio que estuviera la sala llena en la sesión elegida, sinceramente.
De forma que optamos por ver una de las irrenunciables de la lista de espera:
Amour de Michael Haneke. Tampoco me entusiasmaba la idea de ver Amour, todo hay
que decirlo, porque el tono plomizo de la filmografía del austriaco requiere siempre un plus de entusiasmo. Pero ayer las circunstancias nos
lo dieron resuelto, tampoco había nada mejor.
Y no defrauda Amour, demoledora lección de
realidad. No se escatima crudeza, ni se hacen concesiones al sufrimiento pero
la dignidad de los personajes y la
sinceridad del planteamiento impiden que se incurra en el sentimentalismo.
Amour conmociona por la certeza de que todos pasaremos por una experiencia
similar, si no la hemos vivido ya (la pérdida de alguien querido), además de la
de la propia muerte. Pero no es la muerte la única experiencia devastadora. El
proceso que nos conduce a ella, la vejez, la enfermedad son asuntos, cuanto
menos, tan insoportables como aquella. Devastadora pero imprescindible
película, requiere un cierto estado de ánimo, si no se quiere entrar en
depresión. Imprescindible Haneke, no creo que obtenga, esta vez, el premio a la
mejor película de habla no inglesa, porque el gusto de la industria americana
del cine va por otros derroteros. La vejez, la enfermedad, el dolor y la muerte no
son los ingredientes adecuados para el éxito, en particular si no hay un final
feliz. Pero esta joya no hubiera sido posible sin la colaboración necesaria de los espléndidos Jean-Louis Trintignant y
Emmanuelle Riva. Jean-Louis Trintignant
no necesita interpretar a un anciano en el límite de sus fuerzas, porque ya es
un anciano al que le falta energía incluso para el rodaje, no lo puede disimular: su escasa
movilidad, la atrofia de sus manos, quedan patentes en alguna de las escenas
más conmovedoras de la película (cuando da de comer a su postrada mujer, o
cuando prepara su mortaja y corta las flores que habrán de adornarla). Por
tanto su interpretación resulta natural, porque sus propias limitaciones físicas hacen más dramática la interpretación
de su personaje generosamente volcado en
el cuidado de su esposa convaleciente. Pero Emmanuelle Riva que, siendo
mayor, goza de una infinita mejor forma física que su oponente, logra una
interpretación majestuosa de su
personaje que evoluciona de la enfermedad
a la parálisis y de ésta a la agonía y
que está determinado a morir con dignidad.
Con la habitual minuciosa precisión del cine de Haneke y con los mimbres de unos extraordinarios
actores, nos cuenta la vida entre cuatro
paredes de los protagonistas empeñados en la lucha final por la supervivencia.
Nos ofrece, en definitiva, una
película de su mejor factura.
Que nadie espere
diversión. Pero es asombroso comprobar cómo de una historia como la mostrada
por Amour, se puede construir una obra de arte, lejos de toda sensiblería. Esta es la grandeza del cine y de los grandes
cineastas, ahora eso sí, no es apta para melancólico-depresivos. Nada es
perfecto!!!!!!!
Alicia dixit.