LA
CAZA
DE
THOMAS
VINTERBERG
Desconocía
la obra de Thomas Vinterberg, y he de decir que ha resultado ser un magnífico
descubrimiento. El hecho de que fuera, junto con Lars von Trier, fundador del
movimiento Dogma, no le hacía más atractivo a mis ojos. Pero una entrevista a
su autor publicada en un diario de cabecera, la temática tratada o simplemente
el olfato del ávido sabueso en busca de su pieza, me atrajeron hasta “La caza”.
Me llamó la atención el interés mostrado por el autor por un asunto tratado con su psicoanalista en alguna
de las conversaciones mantenidas al margen de la terapia. La perspectiva
psicológica y social de las fatídicas
consecuencias de una falsa acusación de pederastia, me parecía un asunto
lo suficientemente inquietante para llevarme hasta el cine. Y al encontrarme la sala llena, a una hora
intempestiva y en un día inhabitual, confirmé mi primera intuición: funcionaba
el boca a boca, porque la cinta, a falta del marketing que precede a las películas
del circuito comercial, y en ausencia de premios –solo obtuvo el galardón al
mejor protagonista masculino en Cannes 2012- no venía precedida por ningún
reclamo más allá del de su propia
calidad. No tanto lo novedoso del tema, como su magnífica ambientación y su peculiar
escenario, convierten esta película en una opción más que sugerente.
La
película comienza con una escena, en la que los personajes masculinos de la
historia, celebran algún acontecimiento
poco relevante, de una manera significativa:
saltando a las aguas gélidas de un
noviembre cualquiera en un lago danés. Esa inocente escena nos sitúa de lleno en el ambiente rural
de la Dinamarca profunda, que podría pensarse, no es propio de un país que
simboliza la máxima expresión de la
civilización y el progreso. Pues nada más lejos de la realidad. Dentro del
ambiente hostil de las tierras nórdicas, se sitúan unos personajes
ancestrales más propios de culturas
primitivas. La sociedad sexista descrita, donde hombres y mujeres comparten
pocas de sus más arraigadas tradiciones,
se manifiesta en una práctica tan común
como universal, la caza. La elección del simbolismo de la caza; las fiestas
alrededor del alcohol y la tolerancia con los excesos, no son sino vehículos a
través de los que se nos muestra una visión pesimista del hombre y su permanente
disposición para el juicio prematuro e inculpatorio del otro. Nos presenta la
debacle del daño causado y lo irreparable de sus consecuencias. Lejos de resultar
morbosa, es sencillamente auténtica. De
ahí su capacidad para removernos. Las
interpretaciones ponen la guinda a un magnífico relato. Desde la perversión
inocente de la niña que miente, hasta el
padre de la criatura que tiene más de vikingo del medioevo, que de
ciudadano de la Dinamarca del siglo XXI, pasando por la madre, la directora del
colegio, el hijo del sospechoso y por supuesto el protagonista que nos regala con un virtuosismo poco común, el
abatimiento, la frustración y la rabia del inocente que no puede reivindicar su
condición ante una colectividad que le ha estigmatizado.
Película
que conmociona por su verisimilitud, pero que reconforta porque nos reconcilia
con el cine.
Alicia Dixit