LA
GRAN ESTAFA AMERICANA
DE
DAVID
O. RUSELL
Una de las verdaderas
motivaciones por las que la gente consume cine y se convierte en cliente de esta
industria es, sin lugar a dudas, porque la decisión de gasto va acompañada de
una cierta liturgia. Ésta tiene muy pocas variaciones y generalmente depende de
una serie de factores comunes que me ahorraré. En el caso que nos ocupa -ir a
ver “La gran estafa americana”- responde a ese ritual de domingo gris en el que
no tenías ni por asomo intención de moverte de casa. A esa pretensión, suele
acompañar un momento en el que te invade el hastío y levantas la cabeza del
libro que estás leyendo o separas la vista de la infame televisión y pronuncias
las palabras mágicas: ¿por qué no vamos al cine? Ya no tienes tiempo ni probablemente
ganas de escoger ni película, ni sala. Abducido por esta atmosfera, débilmente
articulas: podíamos ir a ver esta película, no sé muy bien de qué trata pero ha
estado a punto de que le dieran un Oscar. No hay más que hablar, una rápida preparación
y a la sala más próxima.
“La gran estafa americana”
contiene todos los códigos que identifican un modelo de cine muy americano. Nos
presenta la sociedad y la cultura de este país mediante un repaso de todos los
tribalismos que parece, por lo menos para la industria del cine, que la
identifican: chicas guapas (morena lista, rubia tonta); estafador con tupé;
policía joven del FBI que quiere lanzar su carrera con el arresto de su vida;
jefe de la policía sensato; fiscal del distrito que ve en un gran caso una oportunidad
para lanzar su carrera política; político populista-comprado acompañado de una
adorable familia al más puro estilo USA; políticos de alto rango corruptos y la
mafia. Sí la mafia, y sorpresa ¿quién es el jefe de la mafia? Robert de Niro.
Las imágenes que acompañan
a la narración tampoco se sustraen de los tópicos: rayas de cocaína en erotizadas
discotecas, chicas con provocativos vestidos, apartamentos lujosos, feliz
familia americana, restaurantes con estética europea, ambición, tierra de
oportunidades, el dinero como el gran motor que todo lo puede, etc.
La estructura de la
narración hace que ya en los primeros cinco o diez minutos descubras en qué va
a consistir. Las apariencias no son más que apariencias y una inocente
casualidad va a revelarnos la realidad tal y como es. Algo tan simple como esto
está dirigido con suficiente oficio como para que te instales en la historia y
te dejes mecer placenteramente durante las más de dos horas que dura esta
colección de tópicos. El final tampoco disminuye el nivel de manidas
vulgaridades: el estafador que hay que atrapar, pesca al poli ambicioso, limpia
al sistema político estadounidense de unos cuantos políticos comprados y la
mafia no consigue aumentar sus negocios fuera de los lugares donde
tradicionalmente está implantada.
Una película correcta para cumplir
con el ritual de ir al cine un domingo gris en el que te invada la molicie y el
hastío.
Germán.