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LA VIDA MISMA.GERMÁN

Si no puedes escribir, escribe

domingo, 30 de marzo de 2014

LA GRAN ESTAFA AMERICANA
DE
DAVID O. RUSELL

Una de las verdaderas motivaciones por las que la gente consume cine y se convierte en cliente de esta industria es, sin lugar a dudas, porque la decisión de gasto va acompañada de una cierta liturgia. Ésta tiene muy pocas variaciones y generalmente depende de una serie de factores comunes que me ahorraré. En el caso que nos ocupa -ir a ver “La gran estafa americana”- responde a ese ritual de domingo gris en el que no tenías ni por asomo intención de moverte de casa. A esa pretensión, suele acompañar un momento en el que te invade el hastío y levantas la cabeza del libro que estás leyendo o separas la vista de la infame televisión y pronuncias las palabras mágicas: ¿por qué no vamos al cine? Ya no tienes tiempo ni probablemente ganas de escoger ni película, ni sala. Abducido por esta atmosfera, débilmente articulas: podíamos ir a ver esta película, no sé muy bien de qué trata pero ha estado a punto de que le dieran un Oscar. No hay más que hablar, una rápida preparación y a la sala más próxima.
“La gran estafa americana” contiene todos los códigos que identifican un modelo de cine muy americano. Nos presenta la sociedad y la cultura de este país mediante un repaso de todos los tribalismos que parece, por lo menos para la industria del cine, que la identifican: chicas guapas (morena lista, rubia tonta); estafador con tupé; policía joven del FBI que quiere lanzar su carrera con el arresto de su vida; jefe de la policía sensato; fiscal del distrito que ve en un gran caso una oportunidad para lanzar su carrera política; político populista-comprado acompañado de una adorable familia al más puro estilo USA; políticos de alto rango corruptos y la mafia. Sí la mafia, y sorpresa ¿quién es el jefe de la mafia? Robert de Niro.
Las imágenes que acompañan a la narración tampoco se sustraen de los tópicos: rayas de cocaína en erotizadas discotecas, chicas con provocativos vestidos, apartamentos lujosos, feliz familia americana, restaurantes con estética europea, ambición, tierra de oportunidades, el dinero como el gran motor que todo lo puede, etc.
La estructura de la narración hace que ya en los primeros cinco o diez minutos descubras en qué va a consistir. Las apariencias no son más que apariencias y una inocente casualidad va a revelarnos la realidad tal y como es. Algo tan simple como esto está dirigido con suficiente oficio como para que te instales en la historia y te dejes mecer placenteramente durante las más de dos horas que dura esta colección de tópicos. El final tampoco disminuye el nivel de manidas vulgaridades: el estafador que hay que atrapar, pesca al poli ambicioso, limpia al sistema político estadounidense de unos cuantos políticos comprados y la mafia no consigue aumentar sus negocios fuera de los lugares donde tradicionalmente está implantada.
Una película correcta para cumplir con el ritual de ir al cine un domingo gris en el que te invada la molicie y el hastío.

Germán.

lunes, 24 de marzo de 2014

PHILOMENA
DE
STEPHEN FREARS

Stephen Frears es siempre un valor seguro. Con una solvencia acreditada por una larga y prestigiosa trayectoria que nos ha dejado numerosos  títulos de éxito (“Mi hermosa lavandería”, la soberbia versión de “Las amistades peligrosas”,  “Café irlandés” o “High Fidelity” por citar  algunos de los más sonados)  no es ninguna sorpresa encontrarse ante una delicia  como Philomena, su más reciente creación.
Siendo un artista tremendamente versátil –buena cuenta de ello nos  la da su cine variado- y gustándome como me gusta en sus diversas facetas, me llega, especialmente, cuando acomete temas  sociales, como es el caso. Es un digno representante (con su personal mirada) de lo más  granado  del cine social británico (junto con Leigh  o Ken Loach) que tantas alegrías nos da a los cinéfilos y tanta gloria reporta al séptimo arte del Reino Unido.
A pesar de estos antecedentes, la historia, basada en un hecho real, sobre una madre  irlandesa de temprana edad a la que arrebataron su hijo nacido fuera del matrimonio, y su búsqueda posterior, me provocaba cierta desconfianza sobre cuál pudiera ser el resultado final.   Un posible  exceso de dramatismo o una eventual  tentación por lo lacrimógeno me prevenían contra  la película. Craso error, si el autor de la obra es un director que  derrocha talento cinematográfico, como ocurre con  Frears. Lejos de resultar sensiblera, la película nos muestra la vida de una madre en busca de su hijo nacido 50 años atrás, con una naturalidad pasmosa, y un humor que excluye cualquier atisbo de ñoñería. La normalidad  y la dignidad con la que Philomena vive su drama, oculto durante décadas incluso a su propia hija,  nos acerca a la realidad de estas situaciones (por otra parte, tan comunes por nuestros lares, hasta hace dos días) sin artificios  ni sentimentalismos superfluos. El hecho, en sí mismo, es lo suficientemente atroz como para tratarlo sin dramatismos. Y con ese planteamiento  lúcido e inteligente sobre el tema el relato resulta, sin más calificativos, conmovedor.
Para lograr emocionarnos sin exagerar el dolor sufrido por Philomena, nos propone una relación peculiar madre/periodista decidido a indagar en la historia y ayudar a la protagonista en su búsqueda del hijo extraviado. Y es ese contrapunto perfecto el que logra un equilibrio desconcertante   e impone una dosis  inicial de distancia sobre el tema que va evolucionando a medida que pasan los minutos. El control  que tiene el autor sobre los efectos de la historia  en el espectador es asombroso. El personaje interpretado  por Steve Coogan (también coguionista)  periodista “en paro” que rechaza en principio escribir un libro sobre la vida de Philomena porque le provoca un sincero desinterés, evoluciona al tiempo que nuestros sentimientos  y la creciente  empatía con el personaje de Philomena y su drama. La personalidad de la protagonista  provoca admiración. Mujer sencilla, que jamás ha superado la pérdida del hijo y que sin embargo, se muestra fuerte, entera y asombrosamente firme en sus convicciones católicas (no hay que olvidar que son las religiosas que la acogieron en su seno durante su embarazo, las que propiciaron la venta del hijo a unos “padres americanos”) con unas dosis de humor que resultan reconfortantes y que contribuyen a humanizar y a engrandecer su figura. El desconcierto que provoca en el personaje de Coogan su actitud (herida y dulce a la vez) es compartido por los espectadores. Y su ausencia de odio, no  aparece como producto de la cerrazón o del radicalismo religioso, sino más bien al contrario, como consecuencia de la bondad y la extraordinaria generosidad del personaje, que a pesar del sufrimiento experimentado, no alberga sentimiento alguno  de venganza. Los sentimientos de profundo rechazo por lo acontecido y sus responsables, que invaden al periodista (y finalmente  amigo de Philomena), son los mismos que acaban invadiendo a los espectadores y la incapacidad para entender la resignación, la aceptación, la ausencia de rencor de Philomena, son, en mi opinión,  los elementos más impactantes del film.
Es, por tanto, la evidencia de la extraordinaria nobleza  de la madre y su único deseo de reencuentro y reconciliación con el hijo, lo que te dejan helado ante la pantalla.
Como muy bien decía Boyero en una  reseña escrita  después de la reciente  ceremonia de entrega de los óscars, echo  en falta  la concesión de algún premio a Philomena. Este tipo de cosas  son las que explican mi distancia del gusto cinematográfico americano. Qué falta de sensibilidad denotan los académicos.!!!Y qué ausencia de buen gusto!!!! Porque  Philomena es merecedora de más de un galardón.
 Anyway,  Philomena es un premio  en sí misma, porque  despierta las más hondas emociones  y hace aflorar  los mejores sentimientos entre los espectadores.

Alicia dixit.

domingo, 16 de marzo de 2014

LA HERIDA
DE
FERNANDO FRANCO
La herida es una película dura, muy dura. Tanto para las personas que han tenido que padecer, con alguna proximidad, la relación con alguien aquejado de un trastorno de la personalidad, como para alguien que no conozca nada más que por referencias este mal.
Para poder sentir directamente los sufrimientos que padecen las personas aquejadas por esta alteración, el director mediante la técnica del plano secuencia nos muestra escena a escena todos y cada uno de los síntomas que la definen. El propósito de esta forma de narrar, parece ser el de alcanzar un nivel de complicidad con el espectador que le permita entender la soledad, la angustia, el miedo, la incomunicación, la rabia incontenible, el dolor, la fragilidad, la vulnerabilidad, etc. que Marian Álvarez, su protagonista, nos muestra de forma soberbia.
El cine es, en ocasiones, además de un ejercicio de ficción una expresión de hiperrealismo que sirve para enseñarnos aspectos de la condición humana que nos empeñamos en no ver. En los últimos tiempos hemos podido asistir a algunas obras de arte que a través de las posibilidades narrativas que ofrece el cine nos han puesto frente a una realidad que aunque la ignoremos, existe. Esta cinta enlaza en no pocos aspectos con la última de Michael Haneke, “Amour”. Cuando abandonas la sala, en tu interior te invade una sensación de desasosiego provocado por mostrarte aspectos vitales con los que convivimos y tenemos dificultades para asumir que son así, sin paliativos.
Fernando Franco no parece tener ninguna duda sobre lo que quiere contarnos, ni tampoco sobre las emociones que nos quiere provocar. Esto lo hace a través de imágenes impactantes como las de autolesiones físicas, las de consumo de drogas y alcohol, las de sexo compulsivo, etc. Pero, sobre todo, no quiere aliviarnos las sensaciones dejadas y termina sin dar ni un ápice de esperanza a la protagonista.
Es imposible escribir algo sobre esta película sin insistir en la interpretación de Marian Álvarez, una magnifica actriz que se merece todos los premios que le han concedido, Goya a la mejor interpretación femenina y Concha de plata a la mejor actriz en el festival de San Sebastián 2013. Nos muestra una enorme capacidad interpretativa y una gran habilidad para cambiar de registro. Es asombroso apreciar cómo es capaz de empatizar con los enfermos que traslada en la ambulancia y cómo una vez que termina su jornada laboral y la soledad se le apodera hacer visibles todas y cada una de las huellas que marcan la vida de la protagonista.
No me atrevo a recomendar esta película ¿alguien puede sugerir a otro que vaya al cine a pasar un mal rato o simplemente invitar a verla para poder ver sin adornos un aspecto de la naturaleza humana de difícil compresión, pero que existe? Esta película nos ayuda, sin lugar a dudas, a entender esta silente dolencia.

Germán. 

lunes, 3 de marzo de 2014

NEBRASKA
DE
ALEXANDER PAYNE

Una vez más,   acabo de ver una interesante “road movie”. Es coincidencia, no  hay  ninguna intencionalidad. Simplemente, ha surgido así. De hecho no tenía previsto ver la más reciente película del irregular Alexander Payne (me gustó “Entre vinos”, pero  “Los descendientes” me pareció del todo prescindible),  sin embargo el sabio consejo de un buen amigo me ha llevado hasta Nebraska.  Y sí, me ha sorprendido favorablemente Payne con una desoladora, desesperada historia de búsqueda final. En un formato en blanco  y negro, que simboliza la falta de color en la vida del personaje principal,  y con una narración  al mismo ritmo lento de los  movimientos de su anciano protagonista.  Woody,  que así se llama,  nos muestra la crudeza del crepúsculo de una vida carente de alegría, de luz.  Y precisamente, cuando la vejez podría diezmar las ganas de seguir adelante, surge una ilusión a la que el protagonista se aferra  como a clavo ardiendo,  que le permite sobrevivir sin tirar la toalla definitivamente. Surge un  aliciente que le empuja a continuar la lucha por la supervivencia.
La historia nos retrata la vida oscura de un viejo silencioso, frustrado, que arrastra la carga de los muchos años sobre los hombros,   y el dolor de  una vida infeliz, triste, gris. Y cuando se aproxima el final de su viaje,  inicia otro hacia su único futuro posible: una mentira que le mantenga vivo.  Y el viaje iniciado no es más que un tránsito por su pasado: se pasa revista a su lugar de origen, a sus amigos de entonces, a sus vecinos, a sus antiguas ocupaciones, desde su alistamiento en el ejército norteamericano, hasta  su ocupación como mecánico o la remembranza de una antiguo amor, pasando por  el inicio de su  desde siempre infeliz matrimonio,   o la constante presencia del  alcohol como compañero  de fatigas inseparable, o  la existencia de unos hijos a los que nunca   prestó demasiada atención. El viaje desde Montana hacia Nebraska, no es más que una variante de  flash-back prolongado de su vida anterior:  la frustración del reencuentro con  sus antiguos vecinos, la decepción de  los viejos amigos,  una  malograda relación   amorosa, todo pasa delante de sus ojos  ante la sorpresa del hijo que lo acompaña en su última aventura, a modo de despedida. La historia de un perdedor, que en los estertores de su existencia  se obsesiona con la idea de tener algo que dejar a sus hijos, que quiere, cuando es quizá, demasiado tarde,  comportase como el verdadero  padre que nunca ha sido.
Y la vida anodina de este perdedor, rodeado de personajes miserables en un entorno hostil emprendiendo  un último  periplo en busca de un  sueño desesperado, consigue emocionarnos. A ello contribuye, el buen trabajo de los actores. Bruce Dern, soberbio en su papel de  hombre  que a pesar de carecer de ganas de vivir, encuentra un último logro, que haciendo  un ejercicio de tozudez, consigue consumar. Me hubiera complacido enormemente que le hubieran dado el oscar al mejor intérprete porque encarna como nadie la imagen de la derrota y de la aniquilación personal, pero es habitual que estos premios se otorguen contra mi criterio. En todo caso, esta película me reconcilia con su autor y me reafirma en la idea de que los road movies son un formato perfecto para contar historias. Solo hace falta tener una buena historia que contar y Nebraska lo es. Podéis comprobarlo.



Alicia dixit