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viernes, 12 de diciembre de 2014

MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA
 DE
WOODY ALLEN

Como cada año, cumplo con el ritual de ver en su día de estreno la más reciente película de Woody Allen, y como cada año, especialmente en los últimos, espero que no me sorprenda con alguna  de las  rarezas con las que tanto se prodiga,  últimamente. Pero no ha habido suerte.
Me gusta el Allen despistado, con sus recurrentes obsesiones y sus torpezas en las relaciones personales; el Allen anonadado por la complejidad de la  vida afectiva o por los sujetos acosados por sus propias limitaciones o sus complejos, más o menos inconfesables. Me gusta el Allen torpe pero cínico a la vez. Fóbico  e hipocondriaco.  Traumatizado y cómico. Inseguro. Me gustan sus apariciones en pantalla que creo no han perdido, con el transcurso de los años, ni un ápice de su chispa.  Pero el Allen alejado de su más genuino estilo no me interesa lo más mínimo. De este grueso de películas, que tanto proliferan en los últimos tiempos, salvaría apenas dos o tres (“Match point”, “Blue Jasmine” y poco más), porque   he de confesar que no  conecto con  la mayoría. Citaré algún  ejemplo  como  “Vicky, Cristina, Barcelona” o “Cassandra´s dream” pero hay muchas otras. Y por alguna razón estas son cada vez más frecuentes en su cinematografía. Imagino que rondar los 80 te hace abandonar  determinadas dudas existenciales, ajustar tus “preocupaciones” vitales, lo cual explicaría la evolución de su cine, pero en todo caso, el producto de esta evolución me deja completamente indiferente.
Y esto es exactamente lo que me ha ocurrido con “Magia a la luz de la luna”. Alejada de su New York natal, se desarrolla la historia en la Europa de los años 20 (Berlín aparece de refilón, Francia donde se desarrolla la acción)  ambientación habitual en sus últimos  trabajos, lo que ya da muestras de que estamos ante una de sus obras “de la nueva hornada”. Y sí, también se plantean temas recurrentes  en su filmografía (el mundo de la magia, alegoría de la fabulación y de  la fantasía contrapuesto a la realidad plana y carente de estímulos,  cuyo escenario siempre  se sitúa en la “idílica Europa” de entreguerras), pero por razones que desconozco no termina de entusiasmarme. ¿Cómo es posible que, en su dualidad el Allen primigenio me lleve hasta el éxtasis y en cambio este “renovado” Allen  no me diga nada?
También para mí es un misterio, pero es un hecho confirmado. Hay un Allen que me resulta del todo extraño, insospechadamente ajeno.
Y no es que me aburra,  no es eso, es que  salgo del cine con la sensación de que   bien podría haber dedicado mi tiempo  a cualquier otra  cosa. Es, pues, esa sensación de vacuidad la que me desconcierta por lo inesperada.
Fútil, ligera, intrascendente,  muy lejos de sus obras más genuinas y brillantes, no me permite conformarme.  A muchos gustará, yo siempre espero más de Woody Allen. Mucho más. Otra vez será!

Alicia dixit