MAGIA
A LA LUZ DE LA LUNA
DE
WOODY
ALLEN
Como
cada año, cumplo con el ritual de ver en su día de estreno la más reciente película
de Woody Allen, y como cada año, especialmente en los últimos, espero que no me
sorprenda con alguna de las rarezas con las que tanto se prodiga, últimamente. Pero no ha habido suerte.
Me
gusta el Allen despistado, con sus recurrentes obsesiones y sus torpezas en las
relaciones personales; el Allen anonadado por la complejidad de la vida afectiva o por los sujetos acosados por
sus propias limitaciones o sus complejos, más o menos inconfesables. Me gusta
el Allen torpe pero cínico a la vez. Fóbico
e hipocondriaco. Traumatizado y
cómico. Inseguro. Me gustan sus apariciones en pantalla que creo no han
perdido, con el transcurso de los años, ni un ápice de su chispa. Pero el Allen alejado de su más genuino estilo
no me interesa lo más mínimo. De este grueso de películas, que tanto proliferan
en los últimos tiempos, salvaría apenas dos o tres (“Match point”, “Blue Jasmine”
y poco más), porque he de confesar que
no conecto con la mayoría. Citaré algún ejemplo
como “Vicky, Cristina, Barcelona”
o “Cassandra´s dream” pero hay muchas otras. Y por alguna razón estas son cada
vez más frecuentes en su cinematografía. Imagino que rondar los 80 te hace
abandonar determinadas dudas
existenciales, ajustar tus “preocupaciones” vitales, lo cual explicaría la
evolución de su cine, pero en todo caso, el producto de esta evolución me deja
completamente indiferente.
Y
esto es exactamente lo que me ha ocurrido con “Magia a la luz de la luna”.
Alejada de su New York natal, se desarrolla la historia en la Europa de los
años 20 (Berlín aparece de refilón, Francia donde se desarrolla la acción) ambientación habitual en sus últimos trabajos, lo que ya da muestras de que
estamos ante una de sus obras “de la nueva hornada”. Y sí, también se plantean
temas recurrentes en su filmografía (el
mundo de la magia, alegoría de la fabulación y de la fantasía contrapuesto a la realidad plana
y carente de estímulos, cuyo escenario
siempre se sitúa en la “idílica Europa”
de entreguerras), pero por razones que desconozco no termina de entusiasmarme. ¿Cómo
es posible que, en su dualidad el Allen primigenio me lleve hasta el éxtasis y
en cambio este “renovado” Allen no me
diga nada?
También
para mí es un misterio, pero es un hecho confirmado. Hay un Allen que me
resulta del todo extraño, insospechadamente ajeno.
Y
no es que me aburra, no es eso, es que salgo del cine con la sensación de que bien podría haber dedicado mi tiempo a cualquier otra cosa. Es, pues, esa sensación de vacuidad la
que me desconcierta por lo inesperada.
Fútil,
ligera, intrascendente, muy lejos de sus
obras más genuinas y brillantes, no me permite conformarme. A muchos gustará, yo siempre espero más de
Woody Allen. Mucho más. Otra vez será!
Alicia
dixit