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LA VIDA MISMA.GERMÁN

Si no puedes escribir, escribe

domingo, 29 de diciembre de 2013

DOS POR UNA
“UNA FAMILIA DE TOKIO” Y “DE TAL PADRE TAL HIJO”

Mi fascinación por lo japonés aumenta con la edad. Trasciende  mi fervor juvenil, cuando  hacía mis pinitos merodeando alrededor de la colonia de japoneses que habitaba en Lavapiés, en un momento en que la presencia de extranjeros en Madrid era tan frecuente como la de ballenas  en la Gran Vía madrileña.   Y me plantaba ufana delante  del bar que frecuentaban llevada  por una admiración/devoción casi mística. En mi preadolescencia se sitúa, por tanto, el origen de este entusiasmo, desconozco por completo la causa.  Y ese entusiasmo  se ha ido incrementando y afianzando con el  paso del tiempo y el conocimiento de su cultura.  Japón, representa para mí, la máxima expresión de la convivencia entre tradición y modernidad, en un equilibrio asombroso. Es un  país que combina como ninguno el respecto ancestral por la tradición (el esmero  exquisito por las formas, el respeto al otro como base de la  convivencia, admirables)  con un desarrollismo  industrial y económico propio de las primeras potencias “occidentales”, que  acompañado de una vanguardia cultural  reseñable, lo convierten en un prodigio de civilización.  De la mezcla de tradición  e innovación,  resulta un país apasionante en todas sus facetas, en mi opinión.
Así, desde siempre, mi entusiasmo por lo japonés trasciende lo puramente estético. Ni el canon fidiaco, ni el modelo nórdico de belleza me  han llamado nunca la atención. Me rindo ante la delicadeza oriental   como máxima expresión de la belleza (masculina y femenina).  Sus niños  me enternecen  (y despiertan mi,  desde siempre, adormecido instinto maternal) como no me ocurre con ninguna otra criatura de la especie humana.  Pero  no queda ahí la cosa. Me fascina su comida;  mis preferencias en la literatura actual van por autores como Murakami, cuyos relatos fantásticos me subyugan  y, por último, recientemente descubro que  su cine actual  me emociona como ya apenas si me ocurre con el cine supuestamente más próximo. Y es el cine japonés, que no el chino ni el coreano, (dos potentes industrias cinematográficas) el que me llega. Porque si bien, el cine japonés  actual  participa de los tempos y los ritmos del relato cinematográfico oriental, (los acontecimientos en pantalla se reproducen en tiempo real)  plantea, sin embargo una perspectiva  sobre las cuestiones,  que me resulta más que familiar, plenamente coincidentes con mi percepción sobre ellas.
Me sorprende su mirada nítida y precisa, certera, sobre  las cosas cotidianas, que son las más universales. Su cine costumbrista me sorprende por lo cercano.  De no ser por el idioma y el aspecto de la gente, pensaría que la historia que estoy viendo en pantalla ha ocurrido en mi barrio o en la ciudad de mi vecina. Y nadie lo diría teniendo en cuenta la distancia que nos separa (geográfica  y cultural) No sé si mi identificación con el cine japonés tiene algo de extraordinario (estoy pensando en las espléndidas Still Walking y  despedidas      ) Voy a empezar a pensar que las conexiones entre nuestras formas culturales son más de las podría dictar la lógica dadas las circunstancias.
Pues bien, he visto en los últimos tiempos, dos magníficas películas japonesas: “Una historia de Tokio” y “De tal padre tal hijo”. Cualquier de ellas es  más ilustrativa que el mejor tratado de sociología de la familia en el Japón de  hoy. Las dos tratan el mismo asunto, desde diferentes puntos de vista: la familia.  La primera poniendo sobre la mesa las complejas relaciones padres-hijos, y hermanos entre sí, con una asombrosa agudeza. La segunda cuestionando el papel de la paternidad. La primera contándonos con la crudeza y a la vez la ternura necesarias las relaciones de una pareja de ancianos con sus tres hijos (el triunfador, la hija, supuestamente entregada a la causa de su cuidado, y el díscolo). Y refleja  de manera tan extraordinaria y verosímil  el rol que cada uno juega en el engranaje familiar, y la reacción de cada uno de los personajes prototípicos ante un acontecimiento extraordinario como es la muerte repentina de la madre,  que resulta francamente conmovedora.  Nadie es quien parece ser (como suele ocurrir en la vida real). El padre distante e inflexible  está prisionero de su propia incapacidad para   expresar sentimientos. La madre conciliadora y comprensiva siente debilidad por el hijo menos convencional, que es, casualmente, el hijo capaz del mayor afecto. Los hijos supuestamente “modélicos” son los que escurren el bulto sin miramientos, mientras que el hijo irreverente demuestra ser es más comprometido y el más afectado por la pérdida. El  papel de la madre, que representa de forma fidedigna la capacidad femenina  para propiciar la unión entre todos los miembros,  nos muestra el modelo de madre generosa que por común, no es menos universal. La madre que solo pretende  el bienestar de sus hijos;  la madre que intercede con el padre para limar las asperezas propias de las diferencias generacionales y de otro tipo;  la madre tolerante, comprensiva,  respetuosa con la vida de sus hijos;  la madre que muere feliz cuando confirma que su hijo pequeño ha encontrado la pareja con la que vivir una vida plena  a pesar de que lo hace al margen de todo tipo de convencionalismos (no están casados) refleja como nadie la idea de amplitud de miras, de tolerancia, de pragmatismo, tan maternales  (en una sociedad en muchos sentidos convencional) propias, por otra parte, de “las formas de vida actuales”. Y, en contrapartida,  la sensación de desvalimiento del menor de los hermanos ante la muerte  inesperada de la madre, expresa   a la perfección la sensación de pérdida irreparable, mientras el resto de hijos, más allá del schock inicial, muestran tener una gran capacidad de recuperación y de  desviar su atención sobre  sus propias vidas con enorme facilidad.

De igual modo me conmocionó “De tal padre tal hijo” por la crudeza con la que plantea el significado de la paternidad. Cuáles son las claves? Cuál el fundamento? Los vínculos de sangre o el vínculo afectivo que se crea con la convivencia? El planteamiento es el siguiente: dos parejas descubren , transcurridos unos cuantos años, que el hijo que están criando no es su hijo biológico, porque se produjo un intercambio en el hospital.  Y aquí surgen las dificultades, qué hacer una vez que tienen confirmación de que el que creían su hijo en realidad no lo es. No desvelaré el final, porque sugiero ver la película, pero he de decir que me ha impactado tanto el conflicto planteado como la manera de resolverlo. La delicadeza con que dibuja el retrato de cada  una de las familias es asombrosa: las peculiaridades de cada  matrimonio, los niños, ambos deseados (y los hermanos en uno de los casos, el otro es hijo único), el entorno afectivo, las distintas condiciones materiales, las diferentes  relaciones entre padres e hijos, el drama materno ante la pérdida del hijo querido a pesar de ser ajeno……… Todo contado con absoluta precisión. Película    conmovedora que deja sin aliento. Hecha con el corazón, no deja a nadie indiferente. Imprescindible.

Alicia dixit  


lunes, 16 de diciembre de 2013

Blue Jasmine
De
Woody Allen


Como cada año, cumplo con el rito de asistir al más reciente estreno de Woody Allen, con ilusión renovada y  con  idénticas expectativas de éxito.  Me resisto, esta vez, a leer las críticas por anticipado, aunque me soplan que no es del gusto de Boyero.  No quiero dejarme influir por ninguna opinión, por certera que me parezca o por coincidente que pueda ser con las mías. Prefiero llegar “virgen” al cine y dejarme sorprender. En lo que a Allen respecta me importan un comino las opiniones ajenas porque  yo no variaré mi entusiasmo inicial ante una nueva película suya.  Soy una incondicional, no voy a negarlo a estas alturas. Ni voy a cambiar, me confieso una alleniana irredenta. Incluso en las peores ocasiones  (y podría enumerar unas cuantas cintas que me han parecido directamente malas) las pelis de Allen rara vez me resultan insoportables. Si me gustan,  me divierto a rabiar, y si no me gustan, al menos, no me resultan aburridas por lo que son una apuesta segura.
En estas circunstancias voy al cine sin apenas información sobre la película, excepción hecha de la participación  y  el buen hacer de la magnífica Cate Blanchet, actriz prodigiosa donde las haya. Y me encuentro con una comedia dramática nada al uso. Digo comedia porque en cualquiera de sus películas, digamos serias, yo siempre veo ocasiones para el humor, momentos hilarantes, (desconozco si por voluntad del autor o si por defecto mío, que estando predispuesta a la risa, encuentro siempre la ocasión para dejarla aflorar) y esta vez no es diferente del resto. A pesar de que la historia no tiene ninguna  gracia, sí hay elementos humorísticos muy del estilo de su autor. La película, que trata sobre el conflicto de clases, representadas por dos hermanas que se reencuentran con motivo de la ruina (económica y de todo tipo) de la triunfadora,  tiene sus momentos para la carcajada. No sé muy bien lo que quiere decirnos Allen, si es que hay algún mensaje subliminal en la historia, más allá de las  cuestiones planteadas de forma expresa (como que la felicidad no  se puede basar exclusivamente en el dinero ni en la posición social,  o cómo determinadas posiciones favorecen la “incapacidad” de las personas para sobrevivir en cualquier medio hostil  o en circunstancias más adversas a las para ellos “habituales”; o la de la importancia de la lealtad y el afecto incondicional en las relaciones interpersonales y en el logro de la “felicidad” personal que poco o  nada  tienen que ver ni con  la fortuna ni  con los múltiples privilegios de los más favorecidos en la escala social). Tiendo a pensar que no, que no hay más mensaje que lo que allí se observa. Y si lo hay tampoco me preocupa. Sólo veo la historia (por otra parte frecuente en otras  muchas latitudes) de la debacle personal causada por la pérdida de los recursos cuando éstos han sido desorbitados. Y para contarnos una historia tan frecuente (especialmente en tiempos como los actuales), nos adentra en los entresijos de las siempre complejas relaciones familiares. Si ya la naturaleza humana es indescifrable con frecuencia, mucho más sorprendente resulta expuesta a las vicisitudes de los vaivenes de las relaciones familiares. Para rizar el rizo de lo complejo, y  no contento con plantear una relación normal de “hermanas”, nos pone ante la relación de unas “hermanas adoptadas” que se reencuentran muchos años después de su separación,  que han emprendido y llevado vidas absolutamente contrapuestas y que por causas ajenas a su voluntad se unen nuevamente. El mensaje que podría parecer que subyace a lo largo de la cinta  de que  la familia es lo único que nos queda en los momentos críticos  se desmorona desde el minuto uno: ni la una soporta tener que recurrir a la otra (pero no tiene, literalmente, donde caerse muerta) ni la otra lleva con alegría los cambios e imprevistos que supone, en su rutina cotidiana, la aparición de la hermana rica venida a menos, ausente por otra parte en épocas de bonanza. De hecho, finalmente se vuelven a separar (como no podía ser de otra manera), con el convencimiento de que no tienen nada que compartir. En las desgracias personales uno siempre está solo. La soledad es intrínseca al ser humano, como nos muestra Allen en cada una de sus cintas, y es la  lucha por evitarla lo que le permite crear historias.  Y  el empeño constante por eludirla lo que  condena a  muchos a la miseria moral de ciertas relaciones personales. Pero la soledad es inevitable, tanto como la muerte.  Aquí es donde veo la mano de Allen con su hobbesianismo endémico. Enhorabuena Woody, y gracias por regalarnos tu última película.
Alicia dxit

viernes, 13 de diciembre de 2013

THE COUNSELOR
DE
RIDLEY SCOTT

         Ir al cine a ver una película de Ridley Scott ha sido siempre una garantía de éxito. Quizás por esta idea predeterminada mis expectativas en cuanto a esta su última obra estaban un tanto sobredimensionadas. Con esta esperanza comencé a ver la película. Nada más empezar la impresión que me llevo es que me estaba enfrentado a una historia y a una narrativa lo suficientemente complicada como para no permitirme ni la mínima distracción, ni tan siquiera con la belleza de alguna de las imágenes iniciales, para poder seguir el argumento. En efecto, esta es una película en la que se produce un exceso verbal de tal magnitud que incluso llega a coordinar mal diálogos e imágenes.

         El guión de Cormack McCarthy está basado en el mundo de la droga y se desarrolla en la frontera entre México y USA. Con este entorno no es difícil imaginar que la violencia sin sentido, de la que nos informan cada día, va a impregnar toda la película. Esto te pone en una situación de tensión ante posibles escenas descarnadas y desagradables, como así fue. Sin embargo, no es a partir de esta idea sobre la que se construye esta narración, sino sobre una reflexión acerca del bien y del mal trufado con la religión y el pecado. Para poder dar sentido al concepto que se quiere transmitir, se adorna excesivamente toda la película con diálogos sentencioso-filosóficos verbalizados por unos personajes que el espectador no puede llegar a imaginarse que sujetos de esa baja talla moral vayan a pronunciar. Parece como si el mundo en el que se desarrolla la historia tuviese la capacidad de pensar en el largo plazo, como si los profesionales de ese universo de delincuencia y de extrema violencia no tuviesen la necesidad de vivir rápido, sino que se pudiesen tomar su tiempo. Es obvio que no es así y así nos lo han mostrado más acertadamente otras imprescindibles obras del género.

         De entre los intérpretes destaco a Javier Bardem que hace de lo que mejor sabe hacer y lo hace muy bien aunque no termina de convencerme la estética personal a la que recurre el director. Penélope Cruz interpreta un papel más que digno, dudo si por la brevedad o igualmente porque la están encasillando en una imagen de latina buenorra de barrio de la periferia. Quizás debería ser más selectiva al escoger sus películas. Michael Fassbender resulta demasiado decepcionante. No transmite al espectador la sensación de estresante agobio que su papel exige. Brad Pitt ejerce de secundario de lujo con una simplemente discreta interpretación, también de lo que sabe hacer. Por último me resultó muy destacable el papel de Cameron Díaz que es quien mejor entiende la obra. Únicamente añadir que no aporta nada al conjunto de su interpretación la tan comentada escena de sexo con el coche, que no es una obra de arte, ni una novedad sino simplemente una idiotez sin sentido. Esta escena es la típica tontuna fácilmente prescindible que me temo que se ha incluido como una operación de marketing. Un recurso que me sorprende que alguien como Ridley Scott necesite.

         No es una película que aporte ningún valor a un director como Ridley Scott sin embargo, está bien para cubrir un hueco televisivo un sábado por la tarde. Para eso sí.


Germán.