DOS
POR UNA
“UNA
FAMILIA DE TOKIO” Y “DE TAL PADRE TAL HIJO”
Mi fascinación por lo
japonés aumenta con la edad. Trasciende mi fervor juvenil, cuando hacía mis pinitos merodeando alrededor de la
colonia de japoneses que habitaba en Lavapiés, en un momento en que la
presencia de extranjeros en Madrid era tan frecuente como la de ballenas en la Gran Vía madrileña. Y me
plantaba ufana delante del bar que
frecuentaban llevada por una
admiración/devoción casi mística. En mi preadolescencia se sitúa, por tanto, el
origen de este entusiasmo, desconozco por completo la causa. Y ese entusiasmo se ha ido incrementando y afianzando con
el paso del tiempo y el conocimiento de su
cultura. Japón, representa para mí, la
máxima expresión de la convivencia entre tradición y modernidad, en un equilibrio
asombroso. Es un país que combina como
ninguno el respecto ancestral por la tradición (el esmero exquisito por las formas, el respeto al otro
como base de la convivencia, admirables) con un desarrollismo industrial y económico propio de las primeras
potencias “occidentales”, que acompañado
de una vanguardia cultural reseñable, lo
convierten en un prodigio de civilización.
De la mezcla de tradición e
innovación, resulta un país apasionante
en todas sus facetas, en mi opinión.
Así, desde siempre, mi
entusiasmo por lo japonés trasciende lo puramente estético. Ni el canon fidiaco,
ni el modelo nórdico de belleza me han
llamado nunca la atención. Me rindo ante la delicadeza oriental como máxima
expresión de la belleza (masculina y femenina). Sus niños
me enternecen (y despiertan mi, desde siempre, adormecido instinto maternal)
como no me ocurre con ninguna otra criatura de la especie humana. Pero
no queda ahí la cosa. Me fascina su comida; mis preferencias en la literatura actual van
por autores como Murakami, cuyos relatos fantásticos me subyugan y, por último, recientemente descubro que su cine actual me emociona como ya apenas si me ocurre con el
cine supuestamente más próximo. Y es el cine japonés, que no el chino ni el
coreano, (dos potentes industrias cinematográficas) el que me llega. Porque si
bien, el cine japonés actual participa de los tempos y los ritmos del
relato cinematográfico oriental, (los acontecimientos en pantalla se reproducen
en tiempo real) plantea, sin embargo una
perspectiva sobre las cuestiones, que me resulta más que familiar, plenamente
coincidentes con mi percepción sobre ellas.
Me sorprende su mirada
nítida y precisa, certera, sobre las
cosas cotidianas, que son las más universales. Su cine costumbrista me sorprende
por lo cercano. De no ser por el idioma
y el aspecto de la gente, pensaría que la historia que estoy viendo en pantalla
ha ocurrido en mi barrio o en la ciudad de mi vecina. Y nadie lo diría teniendo
en cuenta la distancia que nos separa (geográfica y cultural) No sé si mi identificación con el
cine japonés tiene algo de extraordinario (estoy pensando en las espléndidas
Still Walking y despedidas ) Voy a empezar a
pensar que las conexiones entre nuestras formas culturales son más de las podría
dictar la lógica dadas las circunstancias.
Pues bien, he visto en los
últimos tiempos, dos magníficas películas japonesas: “Una historia de Tokio” y
“De tal padre tal hijo”. Cualquier de ellas es más ilustrativa que el mejor tratado de
sociología de la familia en el Japón de
hoy. Las dos tratan el mismo asunto, desde diferentes puntos de vista:
la familia. La primera poniendo sobre la
mesa las complejas relaciones padres-hijos, y hermanos entre sí, con una asombrosa
agudeza. La segunda cuestionando el papel de la paternidad. La primera
contándonos con la crudeza y a la vez la ternura necesarias las relaciones de
una pareja de ancianos con sus tres hijos (el triunfador, la hija,
supuestamente entregada a la causa de su cuidado, y el díscolo). Y refleja de manera tan extraordinaria y verosímil el rol que cada uno juega en el engranaje
familiar, y la reacción de cada uno de los personajes prototípicos ante un
acontecimiento extraordinario como es la muerte repentina de la madre, que resulta francamente conmovedora. Nadie es quien parece ser (como suele ocurrir
en la vida real). El padre distante e inflexible está prisionero de su propia incapacidad para
expresar sentimientos. La madre
conciliadora y comprensiva siente debilidad por el hijo menos convencional, que
es, casualmente, el hijo capaz del mayor afecto. Los hijos supuestamente
“modélicos” son los que escurren el bulto sin miramientos, mientras que el hijo
irreverente demuestra ser es más comprometido y el más afectado por la pérdida.
El papel de la madre, que representa de
forma fidedigna la capacidad femenina
para propiciar la unión entre todos los miembros, nos muestra el modelo de madre generosa que
por común, no es menos universal. La madre que solo pretende el bienestar de sus hijos; la madre que intercede con el padre para limar
las asperezas propias de las diferencias generacionales y de otro tipo; la madre tolerante, comprensiva, respetuosa con la vida de sus hijos; la madre que muere feliz cuando confirma que
su hijo pequeño ha encontrado la pareja con la que vivir una vida plena a pesar de que lo hace al margen de todo tipo
de convencionalismos (no están casados) refleja como nadie la idea de amplitud
de miras, de tolerancia, de pragmatismo, tan maternales (en una sociedad en muchos sentidos
convencional) propias, por otra parte, de “las formas de vida actuales”. Y, en
contrapartida, la sensación de
desvalimiento del menor de los hermanos ante la muerte inesperada de la madre, expresa a la perfección la sensación de pérdida
irreparable, mientras el resto de hijos, más allá del schock inicial, muestran
tener una gran capacidad de recuperación y de desviar su atención sobre sus propias vidas con enorme facilidad.
De igual modo me conmocionó
“De tal padre tal hijo” por la crudeza con la que plantea el significado de la
paternidad. Cuáles son las claves? Cuál el fundamento? Los vínculos de sangre o
el vínculo afectivo que se crea con la convivencia? El planteamiento es el siguiente:
dos parejas descubren , transcurridos unos cuantos años, que el hijo que están
criando no es su hijo biológico, porque se produjo un intercambio en el
hospital. Y aquí surgen las dificultades,
qué hacer una vez que tienen confirmación de que el que creían su hijo en
realidad no lo es. No desvelaré el final, porque sugiero ver la película, pero
he de decir que me ha impactado tanto el conflicto planteado como la manera de
resolverlo. La delicadeza con que dibuja el retrato de cada una de las familias es asombrosa: las peculiaridades
de cada matrimonio, los niños, ambos
deseados (y los hermanos en uno de los casos, el otro es hijo único), el
entorno afectivo, las distintas condiciones materiales, las diferentes relaciones entre padres e hijos, el drama materno
ante la pérdida del hijo querido a pesar de ser ajeno……… Todo contado con
absoluta precisión. Película conmovedora que deja sin aliento. Hecha con el
corazón, no deja a nadie indiferente. Imprescindible.
Alicia dixit