EL LOBO DE WALL STREET
DE
MARTIN
SCORSESE
Sin
ánimo de resultar maximalista, diré que no creo que vuelva a ver una película
de Scorsese si no cuento, previamente, con la firme recomendación de alguien con criterio
(y eso excluye a la mayoría de críticos cinematográficos, que se dejan impresionar por el peso de la púrpura
cuando se trata de determinados
intocables popes del cine universal). Al margen del apellido, las
magníficas interpretaciones o las múltiples nominaciones a los premios más
prestigiosos del cine mundial, a mí Marty hace tiempo que me deja fría. Pero El
Lobo de Wall Street supera con creces la peor de las decepciones posibles. Mi
relación con Scorsese es una sucesión de desencuentros. Ya me salí del
cine con “El aviador” (película larga y
tediosa como he visto pocas) porque transcurrida una hora de aquello, la cosa no daba más de sí. Y en esta ocasión he vuelto a experimentar las
mismas sensaciones: la película embarranca en un punto y comienza a dar vueltas como si de una noria
se tratara, girando sobre su eje para no llegar a ningún lado, hasta causar la extenuación del espectador.
Aunque
ya acudí al cine con un cierto escepticismo, (tengo una memoria de elefante
para las películas fallidas) no imaginaba encontrarme algo tan fútil. Lejos de
profundizar en los entresijos del mundo de las altas finanzas y la psicología
de los tiburones de Wall Street, se enzarza en las cuestiones anecdóticas sobre
las que oscila toda la película: se
limita a describir un mundo desquiciado, poniendo el foco sobre
los excesos con las drogas y el sexo. Y toda la película es un continuo dar
vueltas sobre los mismos asuntos, hasta el punto de convertirla en astragante.
No
es capaz de hacer la historia creíble, ni logra que empatices con los
personajes de ninguna manera, aunque parece como si lo pretendiera. Del
personaje representado por Leonardo di Caprio solo muestra su faceta menos
amigable, aunque parece como si quisiera congraciarle con el espectador. Es una película simplista en los
planteamientos: los protagonistas son personajes avariciosos y amorales, sin
más, lo cual siendo factible, resulta insólito, irreal, enmarcado entre los excesos
mostrados que convierten la
historia en una pantomima, en un cómic. Ni son verosímiles las arengas del “jefe” a sus empleados (tan del gusto americano) por
desproporcionadas, ni son creíbles los
excesos con las drogas tal y como los describe, ni las continuas borracheras de sexo son
posibles, siquiera entre sujetos sobrios, cuanto menos con sujetos tan pasados de rosca como los descritos. Bien que el mundo de los
brokers es una selva sin reglas, bien
que los excesos con las drogas de todo tipo estén a la orden del día en esos
ambientes, bien que la riqueza que amasan algunos de los más exitosos
financieros les desequilibre y les
convierta en sujetos insaciables de emociones fuertes o en sexoadictos, pero nada de lo contado parece posible,
por desorbitado.
Tengo
un hartazgo de pastillas, drogas y prostitutas que me ha dejado K.O. para una buena temporada. Mediré muy mucho mi próxima
elección.
El
lobo de Wall Street me ha producido un empacho tal que me ha dejado inerte. Espero poder sobreponerme
en breve y recuperar mi avidez por
degustar buen cine.
No,
sr. Scorsese, no me ruboriza reconocer que no disfruto con su cine y que no me dejo influenciar por las
hordas de incondicionales que le admiran.
Así que no pienso repetir más, después
de este fiasco salvo indicación en
contrario de cinéfilos fiables. Porque ni olvido ni perdono las malas
películas.
Alicia
dixit.